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博爾赫斯《沙之書》:烏爾裡卡

《沙之書》,2015

博爾赫斯 著 王永年 譯

上海譯文出版社

烏爾裡卡

他把出鞘的格拉姆劍放在床上兩人中間

《沃爾松薩伽》,27

我的故事一定忠於事實,或者至少忠於我個人記憶所及的事實,兩者相去無幾。事情是前不久發生的,但是我知道舞文弄墨的人喜歡添枝加葉、烘托渲染。我想談的是我在約克市和烏爾裡卡(我不知道她姓什麽,也許再也不會知道了)邂逅的經過。時間隻包括一個晚上和一個上午。

我原可以無傷大雅地撒個謊說,我是在約克市的五修女院初次見到她的(那裡彩色玻璃鑲嵌的長窗天氣萬千,連克倫威爾時代反對聖像崇拜的人都極力保護),但事實上我們是在城外北方旅店的小廳裡相識的。當時人不多,她背朝著我。有人端一杯酒給她,她謝絕了。

“我擁護女權運動,”她說,“我不想模仿男人。男人的煙酒叫我討厭。”

她想用這句話表現自己的尖銳,我猜決不是第一次這麽說。後來我明白她並不是那樣的人,不過我們也都並非永遠言如其人的。

她說她去參觀博物館時已經過了開放的時間,但館裡的人聽說她是挪威人,還是放她進去了。

在座有一個人說:“約克市並不是第一次有挪威人。”

“一點不錯,”她說,“英格蘭本來是我們的,後來喪失了。如果說人們能有什麽而又能喪失的話。”

那時候,我才注意打量她。威廉·布萊克有一句詩談到婉順如銀、火灼如金的少女,但是烏爾裡卡身上卻有婉順的金。她身材高挑輕盈,冰肌玉骨,眼睛淺灰色。除了容貌之外,給我深刻印象的是她那種恬靜而神秘的氣質。她偶爾嫣然一笑,但笑容卻使她更顯得冷漠。她穿著一身黑衣服,這在北部地區比較少見,因為那裡的人總喜歡用鮮豔的顏色給灰暗的環境增添一些歡快的氣氛。她說的英語清晰準確,稍稍加重了卷舌音。我不善於觀察,這些細節是逐漸發現的。

有人給我們作了介紹。我告訴她,我是波哥安第斯大學的教授。還說我是哥倫比亞人。

她沉思著問我:“是哥倫比亞人是什麽含意?”

“我不知道,”我說,“那是檔案證明之類的問題。”

“正如我是挪威人一樣。”她同意說。

那晚還說了什麽,我記不清了。第二天,我很早就下樓去餐廳。夜裡下過雪,窗外白茫茫的一片,荒山野嶺全給覆蓋了。餐廳裡沒有別人。烏爾裡卡招呼我和她同桌坐。她說她喜歡一個人出去散步。

我記起叔本華的一句話,順勢開玩笑說:“我也是這樣。我們不妨一起出去走走。”

我們踩著新雪,離開了旅店。外面荒無一人。我提出到下遊的雷神門去,有幾英裡路。我知道自己已經愛上了烏爾裡卡;除了她,我不想同任何人在一起。

我突然聽到遠處有狼的嚎叫聲,我平生沒有聽到過狼嚎,但我知道那是狼。烏爾裡卡卻若無其事。

過了一會,她仿佛自言自語地說:“我昨天在約克禮拜堂看到的幾把舊劍,比奧斯陸博物館裡的大船更使我激動。”

我們的行程是錯開的。烏爾裡卡當天下午去倫敦;我去愛丁堡。

“德·昆西在倫敦的茫茫人海裡尋找他的安娜,”烏爾裡卡對我說,“我將在倫敦重循他的腳步。”

“德·昆西停止了尋找,”我回道,“我卻無休無止,尋找到如今。”

“也許你已經找到她了。”她低聲說。

她想用這句話表現自己的尖銳,我猜決不是第一次這麽說。後來我明白她並不是那樣的人,不過我們也都並非永遠言如其人的。

——博爾赫斯|王永年 譯

—Reading and Rereading—

我福至心靈,知道有一件意想不到的事對我來說並不受到禁止,我便吻了她的唇和眼睛。她溫柔而堅定地推開我,然後乾脆地說:“到了雷神門客棧我就一切聽你的。現在我請求你別碰我。還是這樣好。”

對一個上了年紀的單身男人,應許的情愛已是不存奢望的禮物。這一奇跡當然有權力提出條件。我想起自己在波帕央的青年時期和得克薩斯的一個姑娘,她像烏爾裡卡一樣白皙苗條,不過拒絕了我的愛情。

我沒有自討沒趣地問她是不是愛我。我知道自己不是第一個,也不是最後一個。這次豔遇對我也許是最後一次,對那個光彩照人的、易卜生的堅定信徒卻是許多次中間的一次而已。

我們手挽手繼續向前走。

“這一切像是夢,”我說,“但我從不做夢。”

“就像神話裡的那個國王,”烏爾裡卡說,“他的巫師使他睡到豬圈之前也從不做夢。”

過了一會,她又說:“仔細聽,一隻鳥快叫了。”

不久我們果然聽到了鳥叫。

“這一帶的人,”我說,“認為快死的人能未卜先知。”

“那我就是快死的人。”她回答說。

我吃驚地望著她。

“我們穿樹林走近路吧,”我催促她,“可以快一點到雷神門。”

“樹林裡太危險。”她說。

我們還是在荒原上行走。

“我希望這一刻能永遠持續下去。”我喃喃地說。

“永遠這個詞是不準男人說的。”烏爾裡卡十分堅定地說,為了衝淡反駁的語氣,她請我把名字再說一遍,因為第一次沒有聽清楚。

“哈維爾·奧塔若拉,”我告訴她。她試著說了一遍,可是不成。我念烏爾裡卡這個名字也念不好。

“我還是管你叫西古爾德,”她微微一笑說。

“行,我就是西古爾德,”我答道,“那你是布倫希爾特。”

她放慢了腳步。

“你知道那個薩伽的故事?”我問道。

“當然,”她說,“一個悲慘的故事,後來被德國人用他們的尼貝龍根人傳說弄糟了。”

我不想爭辯,回說:“布倫希爾特,你走路的樣子像是要在床上放一把劍擋開西古爾德。”

我們突然發現客棧已在面前。它同另一家旅店一樣也叫北方旅店,這並不使我感到意外。

烏爾裡卡在樓梯高處朝我叫道:“你不是聽到狼嚎嗎?英國早已沒有狼了。快點上來。”

我到了樓上,發現牆上按威廉·莫裡斯的風格貼了深紅色的桌面,有水果和禽鳥交織的圖案。烏爾裡卡先進了房間。房間幽暗低矮,屋頂是人字形的,向兩邊傾斜。期待中的床反映在一面模糊的鏡子裡,邊緣拋光的桃花心木使我想起《聖經》裡的鏡子。

烏爾裡卡已經脫掉衣服。她呼喚我的真名,哈維爾。我覺得外面的雪下得更大了。家具和鏡子都不複存在。我們之間沒有鋼劍相隔。時間像沙漏裡的沙一樣流逝。地老天荒的愛情在幽暗中蕩漾。我第一次也是最後一次佔有了烏爾裡卡肉體的形象。

我福至心靈,知道有一件意想不到的事對我來說並不受到禁止,我便吻了她的唇和眼睛。

——博爾赫斯|王永年 譯

—Reading and Rereading—

—推薦圖書—

Ulrica

Hann tekr sverthit Gram ok leggr i methal theira bert

V?lsunga Saga, 27

Mi relato será fiel a la realidad o, en todo caso, a mi recuerdo personal de la realidad, lo cual es lo mismo. Los hechos ocurrieron hace muy poco, pero sé que el hábito literario es asimismo el hábito de intercalar rasgos circunstanciales y de acentuar los énfasis. Quiero narrar mi encuentro con Ulrica (no supe su apellido y tal vez no lo sabré nunca) en la ciudad de York. La crónica abarcará una noche y una ma?ana.

Nada me costaría referir que la vi por primera vez junto a las Cinco Hermanas de York, esos vitrales puros de toda imagen que respetaron los iconoclastas de Cromwell, pero el hecho es que nos conocimos en la salita del Northern Inn, que está del otro lado de las murallas. ?ramos pocos y ella estaba de espaldas. Alguien le ofreció una copa y rehusó.

—Soy feminista —dijo—. No quiero remedar a los hombres. Me desagradan su tabaco y su alcohol.

La frase quería ser ingeniosa y adiviné que no era la primera vez que la pronunciaba. Supe después que no era característica de ella, pero lo que decimos no siempre se parece a nosotros.

Refirió que había llegado tarde al museo, pero que la dejaron entrar cuando supieron que era noruega.

Uno de los presentes comentó:

—No es la primera vez que los noruegos entran en York.

—Así es —dijo ella—. Inglaterra fue nuestra y la perdimos, si alguien puede tener algo o algo puede perderse.

Fue entonces cuando la miré. Una línea de William Blake habla de muchachas de suave plata o de furioso oro, pero en Ulrica estaban el oro y la suavidad. Era ligera y alta, de rasgos afilados y de ojos grises. Menos que su rostro me impresionó su aire de tranquilo misterio. Sonreía fácilmente y la sonrisa parecía alejarla. Vestía de negro, lo cual es raro en tierras del Norte, que tratan de alegrar con colores lo apagado del ámbito. Hablaba un inglés nítido y preciso y acentuaba levemente las erres. No soy observador; esas cosas las descubrí poco a poco.

Nos presentaron. Le dije que era profesor en la Universidad de los Andes en Bogotá. Aclaré que era colombiano.

Me preguntó de un modo pensativo:

—?Qué es ser colombiano?

—No sé —le respondí—. Es un acto de fe.

—Como ser noruega —asintió.

Nada más puedo recordar de lo que se dijo esa noche. Al día siguiente bajé temprano al comedor. Por los cristales vi que había nevado; los páramos se perdían en la ma?ana.

No había nadie más. Ulrica me invitó a su mesa. Me dijo que le gustaba salir a caminar sola.

Recordé una broma de Schopenhauer y contesté:

—A mí también. Podemos salir juntos los dos.

Nos alejamos de la casa, sobre la nieve joven. No había un alma en los campos. Le propuse que fuéramos a Thorgate, que queda río abajo, a unas millas. Sé que ya estaba enamorado de Ulrica; no hubiera deseado a mi lado ninguna otra persona.

Oí de pronto el lejano aullido de un lobo. No he oído nunca aullar a un lobo, pero sé que era un lobo. Ulrica no se inmutó.

Al rato dijo como si pensara en voz alta:

—Las pocas y pobres espadas que vi ayer en York Minster me han conmovido más que las grandes naves del museo de Oslo.

Nuestros caminos se cruzaban. Ulrica, esa tarde, proseguiría el viaje hacia Londres; yo, hacia Edimburgo.

—En Oxford Street —me dijo— repetiré los pasos de De Quincey, que buscaba a su Anna perdida entre las muchedumbres de Londres.

—De Quincey —respondí— dejó de buscarla. Yo, a lo largo del tiempo, sigo buscándola.

—Tal vez —dijo en voz baja— la has encontrado.

Comprendí que una cosa inesperada no me estaba prohibida y le besé la boca y los ojos. Me apartó con suave firmeza y luego declaró:

—Seré tuya en la posada de Thorgate. Te pido mientras tanto, que no me toques. Es mejor que así sea.

Para un hombre célibe entrado en a?os, el ofrecido amor es un don que ya no se espera. El milagro tiene derecho a imponer condiciones. Pensé en mis mocedades de Popayán y en una muchacha de Texas, clara y esbelta como Ulrica, que me había negado su amor.

No incurrí en el error de preguntarle si me quería. Comprendí que no era el primero y que no sería el último. Esa aventura, acaso la postrera para mí, sería una de tantas para esa resplandeciente y resuelta discípula de Ibsen.

Tomados de la mano seguimos.

—Todo esto es como un sue?o —dije— y yo nunca sue?o.

—Como aquel rey —replicó Ulrica— que no so?ó hasta que un hechicero lo hizo dormir en una pocilga.

Agregó después:

—Oye bien. Un pájaro está por cantar.

Al poco rato oímos el canto.

—En estas tierras —dije—, piensan que quien está por morir prevé lo futuro.

—Y yo estoy por morir —dijo ella.

La miré atónito.

—Cortemos por el bosque —la urgí—. Arribaremos más pronto a Thorgate.

—El bosque es peligroso —replicó.

Seguimos por los páramos.

—Yo querría que este momento durara siempre —murmuré.

—Siempre es una palabra que no está permitida a los hombres —afirmó Ulrica y, para aminorar el énfasis, me pidió que le repitiera mi nombre, que no había oído bien.

—Javier Otárola —le dije.

Quiso repetirlo y no pudo. Yo fracasé, parejamente, con el nombre de Ulrikke.

—Te llamaré Sigurd —declaró con una sonrisa.

—Si soy Sigurd —le repliqué—, tú serás Brynhild.

Había demorado el paso.

—?Conoces la saga? —le pregunté.

—Por supuesto —me dijo—. La trágica historia que los alemanes echaron a perder con sus tardíos Nibelungos.

No quise discutir y le respondí:

—Brynhild, caminas como si quisieras que entre los dos hubiera una espada en el lecho.

Estábamos de golpe ante la posada. No me sorprendió que se llamara, como la otra, el Northern Inn.

Desde lo alto de la escalinata, Ulrica me gritó:

—?Oíste al lobo? Ya no quedan lobos en Inglaterra. Apresúrate.

Al subir al piso alto, noté que las paredes estaban empapeladas a la manera de William Morris, de un rojo muy profundo, con entrelazados frutos y pájaros. Ulrica entró primero. El aposento oscuro era bajo, con un techo a dos aguas. El esperado lecho se duplicaba en un vago cristal y la bru?ida caoba me recordó el espejo de la Escritura. Ulrica ya se había desvestido. Me llamó por mi verdadero nombre, Javier. Sentí que la nieve arreciaba. Ya no quedaban muebles ni espejos. No había una espada entre los dos. Como la arena se iba el tiempo. Secular en la sombra fluyó el amor y poseí por primera y última vez la imagen de Ulrica.

En El libro de arena《沙之書》,1975

上海譯文出版社

題圖作者:Daria Khoroshavina,俄羅斯

behance.net/barelungs

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